domingo, 5 de diciembre de 2010

Dolormingo



Y el domingo ya se siente. A la medianoche del sábado ya comienza esa angustia bien histérica que perdurará hasta la madrugada del lunes. El domingo se estira como un chicle.

Porque si algo hay algo que no se puede negar, es que los domingos poseen su propia idiosincracia dentro del sistema métrico semanal. A mí no me van a correr con cuentos de subjetividad y resaca: el domingo se siente domingo. Empero todo intento de evasión, de ruptura de la rutina dominical, de diversión, de alegría, de livin' la vida loca… el domingo es melancolía pura, melancolía de arrabal.
Y todas las noches de domingo no escapan a la regla. Los primeros fueron de deberes escolares e insomnio, mucho insomnio. Después fueron de primeras resacas, corazones rotos, enredos de sábanas con lágrimas y techos que giraban sin entregar respuestas. Hoy son solitarios. Solitarios y aún con resacas, corazones semi-cicatrizados, deberes académicos, y techos que siguen sin respuestas.
Así brille el sol en lo más alto de los edificios del centro, o en Defensa vendan panes calientes rellenos, y la gente se amontone por ver una estatua viviente que baila tango, y el trovador de siempre siga desafinando la misma (siempre la misma) nota de Óleo de una mujer con sombrero, los domingos se sienten dolorosamente bellos. Es el dolor de la certidumbre de que se termina algo. De que lo que viene es más de lo mismo…
Y leer cada domingo lo mismo. Y ponerse el mismo saco, y cebar el mismo mate. Fumarse el mismo cigarrillo a la misma hora y escuchar milonga sentimental tantas veces hasta alucinar.
Mirar por la ventana y saber, con esa certeza que proviene desde las entrañas mismas, que las noches de domingo no son como las demás. Que los cielos porteños se ponen siempre el mismo traje cada siete días. Que hay una especie de complot intergaláctico, o que simplemente da la puta casualidad de que a mí se me ocurre sentirme todos los domingo igual.
igual de dominical.

Firma: "La Pequeña Agus"