viernes, 26 de noviembre de 2010

la vida no es mas que un puñado de caramelos, y compartirlos con amigos

Siempre fui de tener amigos, me gustan mucho. Conocer gente, saber de ellos, que me cuenten su vida, sus gustos. A mí la gente me alegra el alma, me reconforta (no toda obvio, y las que si, todas en su justa medida a decir verdad), muchas veces es porque no te sentís sólo en cosas que pensas que a vos y a nadie más le suceden. Y otras veces, es porque te sentís algo importante, y eso sin duda es algo que el ser humano lleva en su esencia. Ayudar, ser ayudado, ser observado, ser “yo”.
Hoy una amiga casualmente envió por email a mí y a otras personas un audio que quiso compartir. Este, fue grabado por Mario Pergolini, un periodista que siempre pensé que tenía algo muy especial, pero de ese algo, una gran parte era el sarcasmo. En este caso, me rindo ante él. No sé bien quién lo habrá escrito, pero fuese quien fuera, lo abrazo desde acá. El famoso audio, trata de las verdaderas cosas de la vida, al menos, pienso yo que son las “verdades” de la vida. De cuando nuestra forma de ver el mundo tenía otra altura (literal). Tenía otros olores, otros gustos. De cuando amigarse con alguien bastaba con una sonrisa y un “¿jugamos a las barbies?”. Y como bien dice este texto “Los errores se arreglaban diciendo simplemente “va de nuevo”. Las discusiones terminaban con un “pan y queso”, o con un “biennnnnnnn!”. Cuando nuestra manera de ver el mundo, no estaba empapada de desconfianza, y cuando podías no conocer a una persona e ir a jugar con ella igual, sin haber aún preguntado su nombre.
De chica recuerdo que sólo bastaba con una sonrisa para preguntarle a ese ser de 50 cmt de estatura, si podía ir con ella a su casa, a jugar un rato. O si a mis 10 años de edad podía con mis amigas hacer un pijama party en casa, y enojarme con mamá cuando trataba de seleccionar a mis amigas, y yo no entendía el porqué. Los grandes, y eso es algo que justamente siéndolo me doy cuenta, juzgamos a la gente por mil cosas antes que por su corazón, ¡grandísimo error! Esas cosas sólo lo vez de chico. Recuerdo decirle a mi mamá enojada con mi carácter ya fuerte de enana, “no juzgues a mis amigas, que su familia no sea como la nuestra, que no se vista como a ti te guste, y que hable como crees que no es correcto, no quita que no me quiera”, y claro, eso era lo más importante para mí.  Pero bueno, muchas veces los hijos enseñan a los padres. Y no los juzgo por ser así, cada uno puede ser y pensar como prefiera, lo importante es darse cuenta que no estás de acuerdo, e ir por otro camino. Siempre me caracterice por eso, lástima que lo acompaño con una fuerte e histriónica manera de desarrollar mi forma de pensar. Soy una amante de la pureza que sólo dura esos años de inocencia. Y si tan sólo unos minutos de nuestra vida ocuparíamos en recordarlos, quizás todo sería distinto en nuestra manera de vivir, de creer, de confiar, de hablar, de manejarnos por el mundo. Por eso amo a los animales, son los únicos que llevan la conservan a través de los años.
Hay una película muy sabia que demuestra como la posesión en la vida, tanto sea material o sentimental, lleva a la perdición del ser humano, y cómo cuando somos niños las travesuras si no son corregidas, seguimos pensando en que es correcto; me refiero a “primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera”, de Kim Ki Duk. Los orientales siempre vieron mas allá, por eso son sabios, no generalizo, pero todos tienen algo especial, y siempre me inspiraron admiración, desde un niño a un viejo. Los adoro, ¡ojo!, existe la mafia china, pero no hablo de ellos, ja ja.  
Lo importante es que sigamos con nuestros valores, arraigarlos hasta más no poder, y cuando no podamos mas, los recordemos a veces para aunque sea votar una sonrisa, un suspiro. Les regalo una parte del texto, y les recomiendo que luego escuchen el audio y cierren los ojos, seguro se aparecerán miles de imágenes que le robaran sonrisas.

¿Te acordás de aquel tiempo en que las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico “Ta Te Ti suerte para mí”?
Se podían detener las cosas cuando se complicaban con un simple “pido gancho!”
Los errores se arreglaban diciendo simplemente “va de nuevo”.
Las discusiones terminaban con un “pan y queso”, o con un “biennnnnnnn!”.
El peor castigo y condena era que te hicieran escribir cien veces “no debo”.
Tener mucho dinero, sólo significaba poder comprar mas provincias jugando al “Estanciero”, o comprarte un helado, o un paquete de palitos salados en el recreo.
Llenar un frasco con hormigas podía mantenernos felizmente ocupados durante toda una tarde.
Siempre había una forma de salvar a todos los amigos, y bastaba con un grito de “piedra libre para todos los compañeros”.
No era raro que tuvieras dos o tres “mejores amigos”.
“Es muy viejo…” y así te referías a cualquiera que tuviera mas de veinte años.
Siempre descubrías tus nuevas capacidades y habilidades a causa de un “¿a que no te animás?”…
                                                                                 H. Cartier Bresson